Muestra

[Extracto del prólogo de Granja de Alimañas]

"Un ladrido ronco de mastín rasga el silencio de la noche. Sobresaltado, Merino despierta de su duermevela. Se incorpora y aviva el fuego. Escruta la negrura del pinar, cuyas sombras danzan mecidas por la brisa helada del invierno. No ve nada.

    Piensa en volverse a dormir, pero años de pastoreo le han enseñado que en la oscuridad es más fiable el ladrido de un mastín que la vista del pastor, pues aquel huele el peligro donde este solo huele a madera de pino y tierra mojada. Decide aguantar despierto. Se frota los ojos para espabilarse y acaricia con inquietud el lomo de su compañero, un joven mastín leonés, rotundo y ancho de pecho, de gran cabeza y mayor mordida, como se estila en toda España, del Pirineo a las Alpujarras. Desde donde nace el rabo hasta el afilado collar de carlanca hay casi ciento cincuenta libras de carne firme, cubierta de un espeso pelaje color ocre. Como todos los de su raza, es apacible la mayor parte del tiempo, pero se torna territorial y combativo cuando algún desconocido, hombre o animal, osa acercarse al rebaño.   

    El mastín vuelve a ladrar. Esta vez más grave, más inquieto y fiero que antes. En el aprisco las ovejas balan nerviosas. Levantan las cabezas para mirar a uno y otro lado. Se apiñan unas contra otras. Mal presagio.   

    El viento sopla con intensidad, porfiando por arrancar el gorro de lana de la cabeza de Merino. Contrariado, este se lo ajusta hasta cubrirse bien las orejas. Se arrebuja en la manta, toma la bota y bebe algo de vino. Tras secarse los labios con la manga, azuza de nuevo la hoguera, más para ganar campo de visión que para combatir el frío.   

    Pasan los minutos. Los ladridos inundan ya la noche. El perro, que ha abandonado la proximidad de su amo, trota ahora en círculos. Anda y desanda el camino mientras otea el follaje con desconfianza. Gruñe, ruge, bufa. A ratos agacha la cabeza, enseñando los dientes a un enemigo invisible.  

    Ráfagas de aire helado soplan con fuerza entre las ramas de los pinos. La madera cruje. Las hojas secas se agitan y caen entre chasquidos. Ha comenzado a nevar. De momento lo hace con suavidad, pero la calma está definitivamente rota.   

    El quejido lastimero del viento se deja oír cada vez más, y, sin embargo, no es capaz de enmascarar el aullido que el pastor más teme: el que de pronto se escucha entre unas zarzas. Alertado, dirige la vista a su izquierda. Entonces, a solo unos pasos de donde se encuentra, divisa el brillo asesino de dos ojos ámbar.

    Lobos."

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